Vivo en Umepay.
Para mí un laboratorio humano lleno de ratas autoconvocadas a descubrirse.
Todo aquí es ajeno al sentido, nada tiene lógica, porque cuando la tiene, se detiene.
Y si hay algo que sucede día a día, por seguro, es que esto se mueve vertiginosamente.
Los accesos vinculares,
las propuestas de hacer algo nuevo,
el estancamiento por costumbre,
la in•consciencia de unidad,
los ojos bellos de casi 150 organismos humanos aprendiendo algo que surge del mismo aprendizaje.
Tejer entre hilos y puntos tan diversos que me provocan arcadas de transformacción.
Experimentar nuestros nacimientos y muertes junt@s.
Experimentar nuestros juicios y perdones.
Cuestionar nuestros vínculos con la materia, el trabajo, el dinero, el alma, los cuerpos, el sexo.
El olor que sabe a red,
que sabe a confianza,
que sabe desconfiar.
La red que se sabe fuerte,
la debilidad que sabe a ego,
la contradicción constante de personas que no saben un carajo de nada y que en esa ignorancia descubrimos cada sol.
Y con cada sol que asoma por la montaña, se renueva la fe:
La felicidad posible,
la fealdad subjetiva,
la ferocidad del fuego,
la fermentación colectiva,
el feto del conocimiento,
los fetiches del espíritu,
las fecundas decisiones,
y la férrea valentía.
Vivir en Umepay es fetén.
Ten fe,
que dar grandes saltos,
no es cuestión de fe,
es cuestión de red.
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Vos que estás ahí leyendo...
que estás ahí sintiendo...
¿que red estás tejiendo?
Animate a tejer tu pedacito,
a tu tiempo, a tu medida
y saltá, que la red está,
siempre está...
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